Tengo un problema con el calendario. No me voy a asustar por no saber exactamente en qué día estoy, varias veces escribí mal la fecha. Y no el día, el año. Por eso cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo apenas atiné a reírme y considerarme un estúpido. Lo que estaba haciendo: proyectaba un post en alusión al 24 de marzo, pero creyendo que era el jueves de esta semana. Probablemente por eso tuviera una sensibilidad especial para percibir expresiones gorilas. En realidad eran expresiones estegosaurias, kilométricas y con escamas, que se veían a dos cuadras de distancia.
Aclaración: en estos últimos meses, escribir cualquier cosa implica para mí explotar los ratos muertos en el laburo, minimizar el programa de adición y maximizar el Word.
Maximizo entonces. Es en estas circunstancias que puede pasar lo que pasó, mientras vos mantenés la vista fija en el monitor, aparece un extraño y se le acerca a otro tipo del montón, siempre proclamando a viva voz: “¡¿cuándo va a aparecer un caudillo que ponga orden de nuevo?!”. Cualquier similitud con una canción de Charly García, es pura coincidencia. Siento miedo, de verdad me dan escalofríos, doy vuelta la cabeza pero no me animo a mirarlo a los ojos. Sí, tal vez sea un tanto exagerado, pero también puede ser que, en esas palabras, intuya todas las otras que están por venir.
Hago de cuenta que no escuché nada y sigo con mi desfasado propósito, aunque con más esmero. Unos días antes había intentado empezar otro post (hasta tenía la primera oración a punto: Entre un recital de Santiago Motorizado y el gordo Gastón Leandro cantando Amor pirata no puede haber sólo una semana de distancia, fue lo que supe de inmediato y necesité corroborarlo por mensaje de texto.), pero no había logrado terminar el primer párrafo, como me habían quedado a medio hacer un par de cuentos. No quería que me pasara eso esta vez, me pareció que merecía un mínimo de respeto, por eso le ponía ganas. Lo estaba haciendo bien, como para llegar hasta el final.
Por primera vez en mi vida iba a tener algo listo con una semana de anticipación (sin saberlo, claro, esa es la clave de la responsabilidad) y, como si eso fuera poco, llegaban nuevos clientes para darme ánimos con cánticos del tipo: “esto es un desastre, sí, ni me lo digas, yo ya lo viví con Perón”. Insisto, era otra gente eh, no el mismo tipo asqueroso del principio.
Cuando consigo desconectar la cabeza, entiendo que el síndrome de King Kong es como la gripe A y que nadie tenía un maldito barbijo: la mesa de junto respondía amistosamente, con la misma indignación de perfume transatlántico.
No puedo evitar el recuerdo de Insmouth, de Imboca, revestimientos y muebles, puertas de madera, engendros gregarios que apestan en verdes. Los ojos que no pestañean, las bocas de pescado y ese olor tan característico. Hablo de impresiones nada más, nunca creí posible una escena sobrenatural en un local ubicado en pleno centro -por esos lugares, más que en cualquier otra parte, rige la razón-, pero cuando los cuatro viejos (los dos de bigotes más prominentes y mejor recortados parecen hombres, las dos restantes, acaso, sus ¿señoras?) se paran y rodean la mesa contigua, en algún lugar del planeta, Darío Argento se siente plagiado: imposible mejorar la foto del aquelarre.
A ver si llego al punto. Planteado así parecería lo que escribo tan prejuicioso como lo que escucho y la diferencia radicaría simplemente en pararse de un lado o del otro. No es tan fácil. ¿Querés criticar al gobierno de turno, te sobran motivos? Hacelo, dale, fenómeno, de eso se trata. Pero defender el fraude electoral, restringir el derecho al voto, sentarte en la cabeza de un pobre infeliz porque está más calentita que el piso y vos estás cansado…
Esa parte no la conté: “nosotros hacíamos votar a los muertos” comenta juguetón uno de los tipos no sentados (y se desprende un plan infalible: si hay que jugar con sus reglas, si los difuntos no pueden elegir quien los represente, será cuestión de matarlos entonces). “Ahora votan por un pancho y una coca”, consiente otro desde abajo mientras mastica su bife de lomo al champignon. Sí, habla con la boca llena, y al darse cuenta de lo feo que queda junta los labios y completa la frase con los ojos: no podemos dejar votar a la gente con hambre.
No me juzgue, inexistente lector, no ando husmeando en conversaciones ajenas, es sencillamente inevitable no escucharlos, hablan con voz fuerte y clara y el lugar se encuentra prácticamente vacío. Eso me llama aún más la atención, la concentración. Entre un millón de personas no resultaría tan raro, de hecho sería probable, encontrar diez ejemplares primates de tan excelsa calidad, pero entre veinte parece demasiada (mala) suerte.
Improviso una explicación, ya dije que por esas cuadras impera la racionalidad. No puede entenderse como resultado de sus hábitos de clase, de manejarse siempre en círculos reducidos. No Bourdieau, te digo que no. Quizás hoy se celebre la festividad de Santa Cecilia Pando y todos ellos hayan tenido asueto en sus respectivos trabajos. Eso parece viable, si los judíos tienen Hanukkah y los católicos Pascua, si existe el día de la madre y el del padre, por qué no pueden tener ellos un feriado de la memoria completa cuando el 24 no trabajan los montoneros. Seguramente sea así, el hecho del feriado puente del 25 no hace más que remarcar la voluntad de los dos sectores por compartir algo, por sostener lo que queda de protocolo.
De haber esperado un poco, me habría ahorrado los esfuerzos de pensar y de escribir un párrafo falso: El grupo de gerontes saluda para retirarse y dice “un gusto”, los del trío sentado, muy educados ellos, preguntan hasta cuándo se quedan, todos evidencian estar de vacaciones. Pero qué mal estamos, retoman el rezongo de la inflación ahora. Y del clima, antes no teníamos días de lluvia. Esperemos que nos toquen días lindos -todavía no pude sacar el bronceador del bolso- aunque si siguen votando como en Catamarca, lo dudo. La vieja menos vieja de todas, pero la más chota sin dudas, tranquiliza al resto: bueno…. pero es Catamarca…
Desde una mesa ubicada en la otra punta, el primer hijo de puta, el que reclamaba el caudillo urgente, alza derechamente la mano derecha: ya vamos a volver: frunce menos las cejas que las nalgas. Y otra vez, todos, al unísono: “un gusto (a mierda en la boca)”.
Evidentemente mis desencuentros con el almanaque son mucho más serios de lo que pensaba. Sospecho que no falta una semana para el 24 de marzo, sospecho que todavía no nací, sospecho que faltan todavía cuarenta años.
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