miércoles, 1 de febrero de 2012

Ejercicio de escritura

1)¿Donde estará ahora el agua con la que se lavó la cara esta mañana?
2) ¿De qué color son los bere-beres?
3) ¿Tiene experiencia previa?
4) ¿Quién mete tanto ruido?       
5) ¿Qué piensan los sapos de las luciérnagas?
6) ¿Cada cuanto tiempo?
7) ¿Cómo es la guerra?
8) ¿Quién se llevó el jarrón?                                                                                             



Samy:

Los bereberes son negros, negro clarito, porque son africanos del norte (la mayoría vive en Argelia). Pero supongo que vos te referís a los bere-beres: no tienen un color, cambian, depende el momento. Y en realidad yo siempre dije “las” bere-beres, porque mas allá de sus caras, en el fondo eran mujeres. Pero para que entiendas mejor te explico, en dos párrafos. Es así.
Alguien me dijo un día, porque esas cosas se hablan de día, que el agua potable apta para el consumo humano no alcanzaba ni el medio porciento. Verdaderamente me importaba poco, más viniendo de él, que me había mentido tantas otras veces, aunque casi siempre de noche. Sin embargo, de ahí en más cada mañana me lavaba la cara sobre una palangana de agua tibia. Reciclaba. Según el día de la semana, de acuerdo al maquillaje de turno, el resultado variaba entre un líquido azul violaceo, no muy distitno al jugo de un repollo, y otro mas bien amarillo pisaceo. Lo que indefectiblemente no variaba era el destino de ese líquido: la maceta de geranios de algún cliente pasado de años y de Becker.
Así de fortuitos fueron mis comienzos en la jardinería. Las plantas que en principio solo cambiaban su pigmentación conforme el clima, como esas imágenes de santos o de virgencitas, con el paso de la crisis, con los cosméticos nuevos e importados, la metamorfosis, sin llegar a ser kafkiana ni ovidiezca, seguramente fue más notoria: no tanto los tallos ni las hojas, repletos de escamas, pero las flores sí. Cabezas diminutas, anchoas vegetales con tres ojos y una boca imperceptible. Una canción muy baja. Muchos, culpables, me pidieron gajos para sus mujeres. A mí no me interesaba, por eso pedí no sé que número risible. Muchos pagaron mejor que cualquier servicio. Mucho mejor. Con esa otra entrada fui dejando de a poco la noche, las macetas se multiplicaron, agregué tinturas de pelo, enjuagues bucales, me anoté en tres materias de biología y empezaron a florecer también rostros de duendes barbudos y sus respectivas pipas, dragoncitos naranjas que por insignificantes sólo emanaban humo. Éstas se vendieron más porque no apestaban a pescado, incluso las llevaban como sahumerios. Al final todo terminó haciendose muy grande, abrí invernaderos para criar en todo el país (también analizamos ofertas de Europa y de Norteamérica, pero decidimos abrirnos al mercado asiático por ahora nada más), me recibí y ahora estoy investigando y escribiendo mi tésis de doctorado sobre la genética sintética de la bere-bere. ¿Sabías que se había manejado mi nombre para el Nobel? Pero por suerte ya lo desmintieron. Un amigo con el que estuve viviendo en Marsella hace un par de meses me dijo que era cierto, pero que me habían desestimado por falta de currículum. Que necesitaba preparación y más experiencia.¿Experiencia? Qué pueden decirme ellos  de experiencia a mí, que viví doce años como una prostituta de medio pelo, que pateé las calles más oscuras de Matalana vaya a saber cuántas veces. Además, qué tipo de científicos piensan en la experiencia previa, cualquiera con dos dedos de frente sabe que en la ciencia la experiencia es futura. Si lo que quieren decir es que hoy estoy donde estoy por puro azar, ahí si les doy la razón, tuve suerte, soy suerte. Igualmente, vos sabés que lo digo con el corazón, me importa muy poco eso. Yo sigo siendo la misma, las cosas que me importan son otras: verte a vos por ejemplo. ¿Cada cuánto nos vemos? No sabría ponerle un número, pero cada demasiado tiempo sin ninguna duda. Eso me importa, verte pronto y tomarnos unos mates con mucha azúcar y unos buenos bizcochos de grasa. Que me cuentes algo de vos, hace mil que no se nada. Un beso nena, cuidate, espero tu respuesta. 



Naty:

Me habían dicho que te habías puesto a estudiar, que habías inventado o descubierto no sé que cosa, la madre de un conocido tenía uno de esos bere-bere según me dijo él. Y yo le había preguntado por el color, viste que eso siempre es fundamental, y no me supo contestar. Seguro que es con guíon, como me decís vos.
Hacía tanto que no hablábamos que me daba cosa llamarte ahora que sos conocida, pero tenía una curiosidad... Por eso me animé a molestarte, una lástima que haya tenido que dejar el mensaje en el contestador. No sabés lo contenta que me pone que te sigas acordando así de mí, yo también te tengo muy presente a pesar que, como decís vos, nos vemos cada demasiado tiempo. Te prometo que prontito voy a ir para allá y nos vamos a juntar, yo te llamo.
Yo estoy viviendo en Paleyrú, hace bastante ya, desde que mi pareja tuvo algunos problemas de negocios allá.¿ Te acordás de Guillermo? El tipo canoso que nos visitaba cada tanto, ese que metió tanto ruido en los noticieros y en los programas de tele de la tarde. La cuestión es que lo estaban siguiendo porque decían que traficaba cocaína en jarrones chinos. Bueno, eso en realidad fue un mal entendido, la droga era mía, pero en ese momento yo ya estaba viviendo con él. Algún hijo de puta la vio de casualidad y le hizo quilombo. Pero por suerte eso ya paso, fue ahí que me vine para acá, la coca la use y me traje un jarrón, el otro se rompió. ¿Cómo terminé hablando de esto? Ah, te decía, entonces estoy vivendo en una casita acá con él, que viaja todo el tiempo. Me prometió que el mes que viene se toma vacaciones, así que si tenemos suerte por ahí te podemos ir a visitar. Igual no estoy sola, tenemos una mujer que me ayuda con mis cosas y Guillermo me manda flores una vez por semana (le voy a pedir unas bere-beres para la próxima) con una tarjeta siempre. No sabés, es tan tierno, mirá, te copio la última que mandó, pero no se lo muestres a nadie:


    De tanto saltar, de ver luciérnagas
       vi:
    prefiero pasar hambre,
 pasar por un sapo muerto de hambre.
   Mucha luz, mucho revoloteo
              pero detesto el silencio.
                
               Voz,
             vos croas besos que cambian formas verdes
               vos, disfónica, susurras
               que sos mi sapo, mi puta, sabes que si.
                   Mi sapo desdeñador de luz, sepame suyo
                y cóbreme lo que quiera.

PD: Me morí de amor, no puedo seguir escribiendo, pero no hay mucho más que contar, te llamo cuando podamos viajar, por las dudas cuida que nunca te falte la yerba, jaja. Te quiero mucho amiga, besote.

miércoles, 18 de enero de 2012

Una asociación obvia, varios comentarios imbéciles





  Qué es la guerra si no es demostrar quién tiene la razón. Quién habla más grande. La palabra previene y evita. La palabra también solventa la guerra.

  La guerra: el que gana, es. Quién gana: el que puede articular la palabra “perdiste” cuando el otro ya quedó en silencio.

  La guerra: tanto Los Pichiciegos como El eternauta plantean esa situación límite. La primera basada en hechos reales, la segunda –anterior en el tiempo- acaso idéntica, no es más que una desafortunada coincidencia. Lo llamativo no son las circunstancias comunes, lo extraño es una reacción conjunta que, si se nos preguntara en una encuesta, no aparecería entre las cincuenta acciones de trinchera más votadas: escribir. Ruperto Mosca o el pichi-narrador que anota, ciego: born to be word.

  Probablemente aprender a escribir sea el primer contacto con la muerte: reconocer limitaciones (materiales) (significantes), imposibilidades, cosas que se escapan en el intento, linealidad, mutabilidad (o descomposición). Tal vez asome también, más tímida, la posteridad: el afán sociológico de construir el pasado: en el futuro seré.

  Si no con la muerte, indefectiblemente con la ausencia: lo único que justifica la letra escrita es la imposibilidad física del enunciante. Vaciar, matar, eternizar. Para qué escribir si nadie va a leer, le reprochan siempre al zumbador molesto.

  Evidentemente la perspectiva es muy distinta: el punto de vista crea al objeto. Si se trata de mechar carne con plomo, los ingleses ganaron cómodos (antes de viajar a las islas), las dictaduras, siempre eficientes, pueden cantar victoria. Ahora bien, quien escribe desde esa posición es un soberano pelotudo. Pero ya habrá tiempo para el prejuicio.

  Los Reyes Magos nunca pensaron en matar a nadie, en ese marco el notario no interfiere. Lo contrario sucede con Mosca. El objetivo es el mismo: el futuro, la motivación también: la cercanía de la muerte (la toma de conciencia de su carácter mortal, en todo caso), las posibilidades de desarrollo parecen diferentes. Sin embargo, en lo más importante también coinciden: la guerra se trata de establecer una verdad.

  Y en ese sentido la contienda puede parecer menos utópica: los aviones bombarderos se los pueden meter en el orto. Cada baja, aunque sea del propio bando, puede ayudar al triunfo si la sintaxis es la correcta. Ordenar y dar sentido: desarmar la bomba con la palabra correcta. La novela de Fogwill lo deja en claro: el enemigo no es el inglés. Cuando el pichi anota al resguardo de la cueva, desbarata el infanticidio patriótico.

  Si un cajón puede envolverse con cualquier bandera, si el paracaidista inglés y el pibito de provincia se turnan para romperse el culo de vez en vez…
Si morir se van a morir igual, todos, les guste o no: ¿cuál es el mérito de acelerar el espiche de más o menos extranjeros? El punto es otro: Argentina pierde la guerra cuando celebra un discurso imbécil en Plaza de Mayo. Argentina gana la guerra cuando un boludo cocainómano escribe una novela. La guerra es un ejercicio intelectual, cultural. La guerra no es un deporte: en el ajedrez nadie pierde más que el tiempo.

  Intento retomar una línea, si alguna vez existió: la escritura y la guerra. En la guerra. El resultado (riesgo) bélico palpable e individual que significa la inmediatez de la muerte, requiere una respuesta efectiva. La posibilidad de sobrevivir no alcanza: la letra garantiza un después. Y no sólo un después masturbatorio como puede significar la autobiografía berreta. Un después crítico, un después colectivo, un después productivo: si no seguiría siendo antes. Agarrar una hoja y anotar entre explosiones de colores no parece así algo tan raro: por una parte recupera una sensación de muerte parecida a la del campo de batalla (dejar de sentirse el mundo entero para comprenderse como esta mierda: P-a-b-l-o); por otro, se firma un documento que asegura salir ileso de las esquirlas. No parece casual que cuando todos los compañeros mueren asfixiados, el escriba (acaso cobarde, seguramente más práctico que un montón de dinamita) siga tipiando letras, rosas, blindadas.