miércoles, 18 de enero de 2012

Una asociación obvia, varios comentarios imbéciles





  Qué es la guerra si no es demostrar quién tiene la razón. Quién habla más grande. La palabra previene y evita. La palabra también solventa la guerra.

  La guerra: el que gana, es. Quién gana: el que puede articular la palabra “perdiste” cuando el otro ya quedó en silencio.

  La guerra: tanto Los Pichiciegos como El eternauta plantean esa situación límite. La primera basada en hechos reales, la segunda –anterior en el tiempo- acaso idéntica, no es más que una desafortunada coincidencia. Lo llamativo no son las circunstancias comunes, lo extraño es una reacción conjunta que, si se nos preguntara en una encuesta, no aparecería entre las cincuenta acciones de trinchera más votadas: escribir. Ruperto Mosca o el pichi-narrador que anota, ciego: born to be word.

  Probablemente aprender a escribir sea el primer contacto con la muerte: reconocer limitaciones (materiales) (significantes), imposibilidades, cosas que se escapan en el intento, linealidad, mutabilidad (o descomposición). Tal vez asome también, más tímida, la posteridad: el afán sociológico de construir el pasado: en el futuro seré.

  Si no con la muerte, indefectiblemente con la ausencia: lo único que justifica la letra escrita es la imposibilidad física del enunciante. Vaciar, matar, eternizar. Para qué escribir si nadie va a leer, le reprochan siempre al zumbador molesto.

  Evidentemente la perspectiva es muy distinta: el punto de vista crea al objeto. Si se trata de mechar carne con plomo, los ingleses ganaron cómodos (antes de viajar a las islas), las dictaduras, siempre eficientes, pueden cantar victoria. Ahora bien, quien escribe desde esa posición es un soberano pelotudo. Pero ya habrá tiempo para el prejuicio.

  Los Reyes Magos nunca pensaron en matar a nadie, en ese marco el notario no interfiere. Lo contrario sucede con Mosca. El objetivo es el mismo: el futuro, la motivación también: la cercanía de la muerte (la toma de conciencia de su carácter mortal, en todo caso), las posibilidades de desarrollo parecen diferentes. Sin embargo, en lo más importante también coinciden: la guerra se trata de establecer una verdad.

  Y en ese sentido la contienda puede parecer menos utópica: los aviones bombarderos se los pueden meter en el orto. Cada baja, aunque sea del propio bando, puede ayudar al triunfo si la sintaxis es la correcta. Ordenar y dar sentido: desarmar la bomba con la palabra correcta. La novela de Fogwill lo deja en claro: el enemigo no es el inglés. Cuando el pichi anota al resguardo de la cueva, desbarata el infanticidio patriótico.

  Si un cajón puede envolverse con cualquier bandera, si el paracaidista inglés y el pibito de provincia se turnan para romperse el culo de vez en vez…
Si morir se van a morir igual, todos, les guste o no: ¿cuál es el mérito de acelerar el espiche de más o menos extranjeros? El punto es otro: Argentina pierde la guerra cuando celebra un discurso imbécil en Plaza de Mayo. Argentina gana la guerra cuando un boludo cocainómano escribe una novela. La guerra es un ejercicio intelectual, cultural. La guerra no es un deporte: en el ajedrez nadie pierde más que el tiempo.

  Intento retomar una línea, si alguna vez existió: la escritura y la guerra. En la guerra. El resultado (riesgo) bélico palpable e individual que significa la inmediatez de la muerte, requiere una respuesta efectiva. La posibilidad de sobrevivir no alcanza: la letra garantiza un después. Y no sólo un después masturbatorio como puede significar la autobiografía berreta. Un después crítico, un después colectivo, un después productivo: si no seguiría siendo antes. Agarrar una hoja y anotar entre explosiones de colores no parece así algo tan raro: por una parte recupera una sensación de muerte parecida a la del campo de batalla (dejar de sentirse el mundo entero para comprenderse como esta mierda: P-a-b-l-o); por otro, se firma un documento que asegura salir ileso de las esquirlas. No parece casual que cuando todos los compañeros mueren asfixiados, el escriba (acaso cobarde, seguramente más práctico que un montón de dinamita) siga tipiando letras, rosas, blindadas.