Sacás un cigarrillo del paquete y lo pesás,
Fumás el cigarrillo, con cuidado, para juntar todas las cenizas.
Pesás las cenizas y la colilla: la diferencia es lo que pesa el humo.
*
La hora, el lugar, el lunar. La ropa con la que subía. Todo de memoria. Lo primero que supo fueron sus ojos; lo último, cuántos gramos de metal cargaba en la oreja izquierda. La sabía así: un rodete negro a medio armar que se extendía en línea recta hasta el flequillo, y el flequillo hasta la frente blanca, estrecha y limpia. Una frente perfecta para escribir un estribillo pop y repetirlo hasta quedarse dormido. Las cejas pintadas con aceite Zanella, los ojos clarísimos y de animé, apenas enmarcados en un carey sintético y borravino. Paralelo al mechón rojo que le cortaba la cara, un auricular prehistórico: CPK53, el último modelo que salió sin regulador de sinapsis. Con memoria expansible hasta 5300 pb y compatible con placa multimedia de sensibilidad estándar. Pero ella solamente escuchaba música. Qué música escuchaba fue lo único que él nunca logró saber. En lo demás su sapiencia era increíblemente detallada: con la chaqueta puesta o con los doce tatuajes a la vista, siempre musculosa negra y jeans. Zapatillas de lona talle treinta y seis y la tacha saltada en el cinto, la tercera de la derecha. El olor, por ejemplo. Las marcas de la muñeca más hinchadas de lo normal.
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Todo el pueblo se había implantado las terminales magnéticas. No eran el furor de unos años atrás, la demanda compulsiva de quienes imaginaban bases de datos ilimitadas, documentos sin burocracia, historias clínicas y prontuarios actualizados en microsegundos. Un lustro antes, después de meses de prueba, de ajustes mínimos (ubicar el implante en la muñeca y no en la cabeza, como al principio, cuando surgieron los problemas de embolias y trastornos por el estilo), había explotado el mercado. La mayor ventaja la planteaba el sistema de puntos, dinero virtual, sentirse justificadamente una tarjeta de débito con patas. Las posibilidades ante los inconvenientes de seguridad: no más pérdidas, no más robos, no más bloqueos bancarios ni intereses. En realidad, no más bancos. Ese había sido el punto que había servido de impulso al proyecto y el que generó, también, la mayor resistencia.
Existieron fallas reales, estadísticamente insignificantes, apenas se acercaban al medio punto porcentual. Pero el fracaso no tuvo que ver con eso, se debió fundamentalmente a la inseguridad que, patrocinada por las entidades financieras de más tradición, volvió en forma de muñecas serruchadas.
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Él no sabía nada de eso, ni de estadísticas ni de conveniencias políticas. Se pasaba el día entero en la tapicería, oliendo la humedad de los cartones que tapaban las ventanas, esperando que fueran las tres de la mañana para poder salir a la calle, como todos los que trabajan en negocios clandestinos. Únicamente sabía que al llegar al lugar de siempre la iba a encontrar a ella, y esperaba, metódicamente, todas las noches, que la chica de la parada no pudiera sacar su boleto, que se quedara sin crédito, que se cayera y se doblara la muñeca, distensión de implantes, que simplemente hiciera mucho frío y no tuviera ganas de sacar las manos de los bolsillos. En ese momento iba a estar él, listo para entrar en acción, para entrar en contacto: yo te saco, no te hagas drama. Y agregaría sonriendo, como si se tratara de una broma: en realidad este colectivo me deja lejísimos, pero no podía dejarte a pata.
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A lo mejor no se animaba a hablarle, pero estaba seguro que una vez que le sacara el boleto, el resto sería más sencillo. Sabría que se había ganado el derecho a sentarse a su lado y seguramente ella intentaría las primeras palabras.
Vos te lo tomás siempre acá. Yo te veo seguido, estoy segura -tal vez sin tanto pronombre-. Y él contestaría que sí, después de pensar, y descartar, la alternativa de “seguido no, todos los días de los últimos seis meses, exceptuando los domingos, claro, y el jueves y el viernes de hace dos semanas porque estuviste con faringitis”. No se calló por miedo a parecer loco, había calculado la posibilidad: él contestando y ella poniendo cara de “enfermo, hijo de puta, auxilioo”, entonces habría intentado salir corriendo y él la tomaría de la cintura y la sentaría sobre sus piernas. Era tentador, pero no aguantaría el escándalo. Entonces, después del reticente sí, ella seguiría.
- Muy seguido, ¿cómo puede ser que no hayamos cruzado nunca un saludo?
- No sé, soy bastante tímido, ni se me ocurre hablar con gente que no conozco…
- Más si tienen un auricular autista y pasado de moda, ja
- No, eso no tiene nada que ver. Además está bueno ese modelo, tiene mejor calidad de sonido que los últimos. – con esta respuesta se recibía de imbécil, ella hablaba de auriculares autistas y él desviaba la conversación a los pasillos de la escuela técnica. Otra vez la boca, mucho más que la cabeza, lo condenaba a la rusticidad de engrasarse las manos, a encerrarse en el baño, que siempre era de hombres, y masturbarse pensando en la celadora que baldeaba con el guardapolvos gris desabrochado por completo. Era el último macho alfa perdido en la regla de hermafroditos theta-
- Sí, está bueno pero es un cachivache. Pero está bien, yo soy bastante cachivache en general, se llama coherencia…
- No estoy de acuerdo. El CPK53 es un auricular de prestaciones excelentes. Es verdad que 150 pan-bytes es una capacidad de almacenamiento miserable, aunque se nota que lo expandiste un poco, es de diez a doce veces más seguro que cualquiera posterior, el sonido es más limpio, es más sencillo, es cuatro veces más rápido y tiene compatibilidad con varias extensiones de archivo de audio algo anticuadas, pero aceptables, que los demás no traen. Y vos tampoco sos un cachivache…
- Te digo que sí, mirá… - ella sacó una pantalla diminuta y le mostró una fotografía- ¿Lo vas a negar ahora?
- Bueno, pero saliste mal, no es que seas…
- Salí mal porque puedo ser así, si no no saldría mal.
- Pero que vos puedas salir mal no quiere decir que seas fea.
- Error. Desde el momento que salgo fea, soy fea.
- No, a lo sumo fuiste fea, en ese momento.
- A lo sumo no soy fea en este momento, es una cuestión estadística.
- Me parece una estupidez.
- Porque me viste varias veces, pero si sólo me hubieras conocido por esta foto… habría sido fea, para siempre.
- Una conclusión infame.
- Jaja, te faltan las patillas en “u”. Nada que ver, ¿no te das cuenta? Es una solución perfecta para cualquier feo: si la mayoría de las veces sos un escracho, siempre tenés otra oportunidad para dejar de serlo. Teniendo en cuenta que la belleza es estadística y que no sabés cuánto tiempo de vida te queda, la esperanza de ser más veces lindo que feo nunca deja de estar latente.
- Al menos te quita un peso de encima, aunque cada vez que salgas a la calle te griten que sos horrible.
- Y al que te dice que sos feo le pegás una patada en el estómago, con el talón de lleno a la altura del ombligo. No hay posibilidad de que no sea feo en esa situación. Ahí quedan en igualdad de condiciones.
- ¿Y la estadística?
Si tenés ganas se lo explicás, le hacés los porcentajes y las cuentas que quieras, total lo vas enredar, los feos siempre entienden más de números que los lindos.
Me gusta, pierre.
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