Aire, aire, necesito aire. Y un poco de agua. Y una garganta nueva. Lo de anoche fue inexplicable, mítico e histórico. Sí, raro, increíble. Porque dirán que es una copa de lache, pero el nombre del torneo es anecdótico. I saw dead people. Incluso la invención de una nueva pirueta, que no supera a la chilena, ni a la rabona, ni al gol olímpico, pero los resignifica por cuestiones sistemáticas, de valor. Saussure ahora también aclara que un gol de palomita no es, entre otras cosas, un gol de “parraleña”. ¿Cuánto valdrá un gol de parraleña jugando al 25?
(Parraleña: acrobacia deportiva consistente en elevarse más que el rival con la única finalidad de desairar a la defensa, para luego caer y, sin quitar nunca la vista del objetivo y en posición de mesa ratona, impactar la pelota para convertir la anotación. Definición válida sólo en deportes con balón (o bocha, y hasta tejo), como fútbol, vóley, golf o polo.)
Todo eso quedó al margen; habría sido lo más destacado si el partido hubiera seguido como en el primer tiempo. Pero hubo un segundo y dos alargues que cambiaron del todo la cuestión. Al principio sí, muy lindo los colores, la gente, la camiseta azul. Muy lindos los goles raros, incluso el gol de los brasileros fue lindo (aunque, casi por definición, no podía ser de otra manera). Independiente tuvo muchas situaciones claras. Los tres goles (que fueron ocasiones menos claras que las que terminaron afuera), una en la que Tuzzio no llega a empujarla en el área chica, otra que él mismo pifia de tijera por el otro lado, la contra en la que Cabrera le pega demasiado cruzado, otra en la que Battión pasa por arriba, literalmente, a dos jugadores de Goias y no puede definir: córner. El visitante sólo dos: el gol y la primera del partido, por la derecha del área, solo, fuerte, ancha y alta: burro. Con el pitazo de los 45’ sonaba una sonrisa y una mueca aislada: los tres defensores con amarilla: ¡dos en mitad de cancha y una en el área de enfrente! Ansiedad.
El complemento al revés y el alargue al revés: zapatazo de Parra que saca el arquero, centro de Cabrera que casi se cuela para el rojo; tapada de Hilario con dos defensores desparramados, estirada a la derecha y rebote para el costado, dos goles bien anulados, un cabezazo en el palo con el arco vacío y muchos offside para el verde. Pero lo que importa empieza en este punto:.
Para ser sincero, esa situación siempre la había pensado, pero para otros juegos. Sobre todo desde aquel partido de Nicolas Mahut, el francés que perdió el juego más largo de la historia. Porque, ¿a quién se le ocurre que el desempate tenga que ser en tie break? Eso es potenciar el desarrollo al infinito, algo que parece excesivo para un juego, una imbecilidad. Por eso me gusta el truco, si hay empate gana la mano, así de arbitrario, porque se le ocurrió al que puso las reglas. Pero de eso se trata, de reglas, de sentidos. Una regla que contempla que el desempate permita un empate eterno, es inútil, o no es. Y anula el dicho: hecha la ley, hecha la trampa. Eso me molesta, que niegue la trampa.
En fin, los penales. Los jugadores que patearon, los que convirtieron, los que erraron, los palos, eso se busca y se encuentra en cualquier suplemento deportivo. Lo demás no sé. En total se ejecutaron ¡208 penales! ! Teóricamente imposible, incalculable, pero cierto: todos los tiros terminaban en gol, salvo una pifia por cada equipo, en el mismo turno ¡208! Aunque visto desde esta perspectiva no parece tanto, fue exactamente la cuarta parte de los penales que no se pudieron ejecutar.
Los únicos beneficiados, en principio, fueron los vendedores de gaseosa y de choripanes. Una persona no puede aguantar cuatro días y medio sin comer, por más nervios que tenga. Claro que tampoco los comerciantes estaban preparados para semejante demanda. El último choripán lo pagaron, yo mismo lo vi (y me lamenté por no llevar plata encima) trescientos dieciséis pesos con veinticinco. El árbitro quiso suspender el partido, pero los jugadores de Brasil argumentaban, con razón, que era demasiado engorroso volver al otro día, el hotel, el colectivo, el tránsito. Además no querían pasar un día más en Buenos Aires, después de todo sólo era un penal de diferencia. Por otra parte, la gente había pagado la entrada y se negaba a retirarse con el partido sin concluir. Todas razones válidas que convencieron al colombiano Ruiz.
Evidentemente, después 120’ de correr, después de patear como burros todos esos penales, el cansancio físico se siente, y llegó el momento en que un jugador (Cabrera) no pudo ya ni acercarse a patear cuando le correspondía. Era la oportunidad, respirar profundo, pegarle con el alma, romperle el arco, ser campeón.
Pero el anterior, como dijimos, no dejó de patear por capricho: no daba más. Lógica pura, todos estaban exhaustos, y quiso la naturaleza que el que tenía la chance de ser el héroe (Marcao) tampoco tuvo las energías para llegar hasta el área. Y tampoco el siguiente, ni el otro, ninguno. El árbitro pitaba por obligación, con el aire que le quedaba.
Otro inconveniente que no fue tal: los reflectores no estaban preparados para resistir tanto tiempo encendidos. Pero como ya nadie podía patear, los arqueros no se perjudicaron en nada, ni el referí. La definición se había vuelto esta repetición: jugadores juntos en el círculo central, el juez que preguntaba “¿a quién le toca?” y el jugador respondía en un tono apenas audible su nombre y apellido y agregaba “paso”, y guardaban silencio hasta recuperarse para su próximo turno. Podrían haber mentido, pero preferían decir la verdad, no eran capaces de gritar un gol.
Ésta fue la parte más corta, la última. Según mi reloj de luz azul, algo más de diecinueve horas. Entonces el árbitro preguntó: ¿a quién le toca? Nadie contestó por el lado del visitante. Ya no recordaban el orden, no sabían a quién buscar. El árbitro supo que era una tragedia, que ese jugador no había resistido, pero también comprendió que había una esperanza. Dio la orden: los locales seguían pasando; los visitantes no siempre, a veces callaban. Por fin, a una nueva consulta del colombiano, respondió un quinto silencio brasileño, con lo cual, el colegiado debió suspender el encuentro y dar por ganador a Independiente, otra vez campeón internacional, después de 15 años, el Goiás no podía jugar con menos de siete jugadores: ¡eso es una regla, carajo! Ahora sí, pagar la entrada había valido la pena: campeón sudamericano!!!
Felicitaciones a todos los simpatizantes del club de Avellaneda, a los jugadores, a los dirigentes, al cuerpo técnico, y, en especial, un reconocimiento particular a Guillermo Kenny, el profe del club. Todos sabemos que en el fútbol actual termina prevaleciendo lo físico sobre lo técnico: si Independiente hoy puede festejar, mucho tiene que ver el P.F.
La final concluyó alrededor de la medianoche argentina, por lo que, ante la falta de iluminación, hoy por la mañana se llevaría a cabo el reconocimiento de los visitantes fallecidos.